Felipe González
fue un referente toda la vida. Hasta ahora no me había cansado de loar las
políticas que impulsó desde sus Gobiernos, apoyados por el PSOE, y que
permitieron transformar a España en un país que pasó de verse en blanco y
negro, a otro que pudimos contemplar a todo color. Fue un cambio tan rotundo
que recibió el reconocimiento internacional generalizado y, a nivel interno, el
de muchos de sus detractores.
La actuación de González ante los micrófonos de la Cadena Ser
el miércoles día 26 dando la puntilla al secretario general de su partido, Pedro Sánchez, y su opinión favorable a
abrir la puerta a un nuevo Gobierno de la derecha que preside Mariano Rajoy, que tanto daño ha infligido
a millones de ciudadanos, así como su claro apoyo a un Ejecutivo basado en una
gran coalición, han motivado que el mito de González se me cayera como los
palos del sombrajo. No es el Felipe que conocí en los inicios de mi carrera
profesional.
Felipe González. |
En el complicado panorama interno que vive el socialismo
español en estas horas, es difícil tomar postura, pero lo que sí parece claro
es que la legitimidad está en las manos de Pedro Sánchez, con los manidos
estatutos a la vista. Mientras que los que denominados críticos se figuran como
un bando de ninis asustados ante la posibilidad de ver en riesgo las poltronas
que ocupan, en algunos casos, gracias a sus
brillantes carreras realizadas en el seno de la propia organización
socialista. Andalucía, Susana Díaz y
su entorno, es claro ejemplo de lo que expongo.
Por mucho que levanten la voz personajes como Verónica Pérez, Guillermo Fernández Vara, o el caso singular de Carme Chacón, reclamando una
legitimidad que no poseen, la razón estará en la opinión de la mayoría de la
militancia, e incluso, llegado el caso, en la mayoría de los simpatizantes del
PSOE, que siguen aportando su voto elección tras elección. Y ese proceso exige
la celebración de un congreso federal y la convocatoria de primarias.
Mientras tanto, el PSOE debe seguir defendiendo él no
es no a Rajoy, intentando una alternativa, aunque sea nucleada en torno a sólo 85
diputados, mediante una negociación cargada de generosidad por las partes y desatendiendo
los cantos de sirena que promueven los grupos de presión, los grandes lobbies y
la propia derechona, que utilizan el miedo como principal estrategia.
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