Desde que Mariano
Rajoy asumiera, otra vez, la Presidencia del Gobierno, gracias a los votos de Ciudadanos (C’s) y a la abstención del Partido Socialista (PSOE), el Partido
Popular ya no es lo que era. La pérdida del rodillo de la mayoría absoluta y la necesidad de negociar hasta la
última coma de las políticas con las que debe desarrollar su gestión le han
situado en una extraña posición, que al margen de restarle protagonismo en la
escena política, le hace visualizarse ante la opinión pública como si estuviera
en una especie de limbo.
Dos ejemplos, los populares parecen perdidos en el conjunto
de Andalucía, donde Juan Manuel Moreno Bonilla no parece
capaz de sacar cabeza; y en la ciudad de Málaga, otrora bastión del PP, el anuncio de la jubilación de Francisco de la Torre, ha llevado a la
formación conservadora al estado de shock.
Los populares deberán afanarse ahora en preparar su Congreso Nacional para principios del
mes de febrero, que en esta ocasión se presume que no será de puro trámite y de
simples aclamaciones. El PP se
enfrenta a la tarea de renovar buena parte de su cúpula directiva, pero
especialmente a la de adaptarse a los nuevos tiempos que corren, en los que los
populismos se están comiendo las entrañas de los partidos políticos
tradicionales.
Mariano Rajoy. |
En su investidura, Rajoy
trazó unas líneas rojas sobre las que avisó que no se permitiría el paso.
Se refería a las reformas que realizó el PP
en la anterior legislatura y que fueron fruto de unas leyes antisociales, austericidas y de descarado tinte
conservador. Un escenario que definió bien el propio Rajoy cuando dijo "tan malo es no tener un gobierno como
tener un gobierno al que no se deje gobernar", para apelar después a la
responsabilidad de todos los partidos y pedirles que dejasen trabajar a su
Ejecutivo, subrayando que “nadie debería impedir el ejercicio razonable de la
acción de gobierno".
Un aviso para navegantes que, de momento, le funciona al
notario gallego, gracias a la postura del PSOE
que ha adoptado la política de cambiar
cromos, lo que le permite aparecer como abanderado de la oposición
parlamentaria y vender ante su electorado una serie de gestos de carácter
progresista que, en realidad son sólo eso, gestos y que son duramente
criticados por el amplio sector de la militancia socialista crítico con la
senda emprendida por la Comisión Gestora
del PSOE que sigue rigiendo los destinos de esta formación.
Pero parece evidente que esta estrategia, que podría servir
para dar pasos importantes en cuestiones tan destacadas como la reforma
constitucional o la espinosa cuestión
catalana, y que hacen vislumbrar la existencia de un gobierno de Gran Coalición, pudiera parecer como la
ideal para los intereses de los dos grandes partidos tradicionales y los que se
marcan desde Bruselas.
La cuestión está en que se desconocen los resultados que
esta fórmula puede arrojar de cara al futuro electoral del PP ya que podría estar dando alas a formaciones como Podemos o a los nacionalismos en los
territorios históricos. Por lo que no parece descabellado que Rajoy, siga manteniendo, hasta la próxima
primavera la actual línea de actuación, pero que tenga previsto dar un golpe de
timón tras el cónclave nacional de los populares, en donde se expondrían las
nuevas políticas del PP, se
reforzaría su liderazgo y se engrasaría la maquinaria para unas nuevas
elecciones generales.
Para el Partido
Popular sería la mejor senda para salir de su limbo y aprovechar la
complicada situación de la competencia. El PSOE
descabezado y sin rumbo; Podemos
reproduciendo los esquemas de la vieja política y, por último Ciudadanos envuelto en la deriva que
supondrá la redefinición de su proyecto hacia la derecha. En definitiva, no
sería de extrañar que, otra vez, seamos citados ante las urnas en no mucho
tiempo.
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