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domingo, 26 de octubre de 2025

La generación Z quiere cambiar el mundo

 

RAMÓN TRIVIÑO

Los integrantes de la llamada Generación Z son jóvenes, digitales y críticos. Han crecido entre crisis económicas, emergencias climáticas y redes sociales, y no están dispuestos a aceptar el mundo tal como lo heredaron. La Generación Z —aquellos nacidos entre finales de los noventa y principios de los 2010— se ha propuesto cambiar las reglas del juego.




A diferencia de otras generaciones, la Z no espera a que el cambio llegue desde las instituciones lo impulsa desde la base. Protesta, crea contenido, emprende y vota con un objetivo común, el de transformar un sistema que perciben agotado. Según una encuesta del Pew Research Center, un centro de investigación independiente y sin fines de lucro, con sede en Washington D.C., un 32 por ciento de los adultos de esta generación en Estados Unidos realizaron al menos una acción, donar, contactar a un representante, hacer voluntariado o acudir a una manifestación, relacionada con el cambio climático en el último año.

El activismo digital es su campo de batalla. De las huelgas por el clima a los movimientos antirracistas o feministas, los jóvenes convierten las redes sociales en altavoces globales. Pero no se quedan ahí, muchos trasladan la su preocupación a las calles, las universidades o las empresas. Su mensaje es claro, el cambio debe ser estructural. Como resume la activista norteamericana, Xiuhtezcatl Martínez, de 24 años, «Lo que está en juego ahora mismo es la existencia de mi generación».

La diversidad es otro de sus emblemas. La Gen Z se define por la apertura, defiende la libertad de género y orientación, la representación de minorías y un lenguaje más inclusivo. Para ellos, hablar de salud mental o cuestionar las viejas jerarquías no es una provocación, sino un paso lógico hacia un mundo más empático.

En el terreno laboral, su actitud es igualmente disruptiva. Rechazan la idea del trabajo como sacrificio y buscan equilibrio y propósito. Son conscientes de que su huella social importa tanto como su salario. Según un informe de la auditora Deloitte, más del 40 por ciento de los jóvenes de esta generación planea dejar su empleo en los próximos dos años si no se sienten alineados con los valores de la empresa. Prefieren la flexibilidad, el teletrabajo y los proyectos con impacto social.

Los expertos coinciden en que la Gen Z combina idealismo y pragmatismo. Son críticos con el sistema, pero también capaces de usarlo a su favor. Dominan las herramientas digitales, comprenden el poder de la imagen y saben cómo movilizar a millones de personas con un solo vídeo.
Su desafío ahora es convertir esa energía en transformación duradera. Porque, aunque muchos adultos vean su activismo como ingenuo, la Generación Z tiene algo que las anteriores perdieron, la convicción de que el cambio aún es posible.

La activista sueca Greta Thunberg, una de las voces más reconocidas de esta generación, lo expresó así durante la Cumbre del Clima de 2019, «Dicen que nada en la vida es blanco o negro. Pero eso es una mentira, una mentira muy peligrosa. O evitamos que el calentamiento supere los 1,5 °C, o no lo hacemos».

ESPAÑA: UNA GENERACIÓN CRÍTICA, PERO DESILUSIONADA

En España, los jóvenes de la Generación Z comparten ese impulso de cambio, aunque lo viven con matices propios. Según el Barómetro Juventud y Género 2024 de la Fundación FAD y BBVA, más del 70 por ciento de los menores de 25 años considera que la juventud española «tiene menos oportunidades que las generaciones anteriores». Sin embargo, el 60 por ciento afirma estar dispuesto a implicarse activamente en causas sociales o ambientales. Las protestas por el clima, según sus protagonistas, pretenden que «nos escuchen; queremos participar en las decisiones. El futuro no puede seguir planificándose sin nosotros».

También crece la preocupación por la precariedad laboral. Según datos del INE, el paro juvenil ronda el 26 por ciento, uno de los más altos de Europa. Esto explica por qué muchos jóvenes apuestan por el emprendimiento o por carreras vinculadas a la sostenibilidad, la tecnología o la innovación social. Puede que algunos los tilden de utópicos, pero, como demuestran sus actos, la Generación Z no está soñando con otro mundo, está intentando construirlo. No es solo que quieran cambiar el mundo, sienten que no pueden permitirse no hacerlo.

martes, 14 de octubre de 2025

El narcisismo de Trump

 

RAMÓN TRIVIÑO

El narcisismo de Donald Trump ha sido objeto de numerosos análisis psicológicos, políticos y mediáticos. Aunque solo un profesional que lo haya evaluado directamente podría emitir un diagnóstico clínico, muchos expertos en psicología y comportamiento político coinciden en que Trump exhibe rasgos típicos del narcisismo, especialmente en su vertiente grandilocuente.


Donald Trump.


El trastorno narcisista de la personalidad (TNP), según el tratado de Asociación Estadounidense de Psiquiatría (DSM-59), se caracteriza por un sentido grandioso de autoimportancia a lo hay que sumar la necesidad excesiva de admiración y la falta de empatía. Además de fantasías de éxito ilimitado, poder o belleza. Reacciones desproporcionadas ante críticas o derrotas, como la humillación, ira, desprecio, aunque no todas las personas con rasgos narcisistas tienen el trastorno, pero el patrón puede ser muy visible en figuras públicas.

Diversos analistas han señalado comportamientos que encajan con esos rasgos, Trump se presenta como “el mejor”, “el más inteligente” o “el único capaz de arreglar el país”; busca validación continua a través de multitudes, medios o redes sociales y tiende a responder con ataques personales, con descalificaciones o teorías conspirativas. Sin dejar de remarcar la identificación del yo con la nación, frases como “solo yo puedo arreglar esto” reflejan una fusión entre su ego y la identidad nacional; colaboradores y aliados son valorados por su lealtad más que por su competencia y la negación del fracaso, por ejemplo, su negativa a reconocer la derrota electoral de 2020.

Trump no sólo tiene rasgos personales narcisistas, sino que su entorno mediático los amplifica mediante el espectáculo político y los convierte en espejo de su ego. Las redes sociales le ofrecen una plataforma de gratificación instantánea. Además, su retórica polarizadora refuerza un tipo de “culto de personalidad”, típico de líderes populistas con rasgos narcisistas.

Las consecuencias psicológicas y sociales de su actuación provoca una fuerte vulnerabilidad al sentirse cuestionado o humillado, lo que puede generar reacciones impulsivas o vengativas; en su entorno político sus decisiones basadas más en la imagen y la lealtad personal que en el análisis racional da lugar a ese “narcisismo colectivo”, donde parte del electorado proyecta su identidad o frustraciones en el líder.

Sobre eta cuestión ya existen opiniones académica destacadas, como es el caso de John Gartner, psicólogo clínico y ex profesor de la Universidad Johns Hopkins, sostiene que Trump muestra un “narcisismo maligno” (combinación de narcisismo, paranoia, sadismo y conducta antisocial). Dan P. McAdams, profesor de la Northwestern University, ha descrito a Trump como una “personalidad performativa”, cuya identidad se construye a través del espectáculo constante. La sobrina de Trump y psicóloga Mary L. Trump en su libro Too Much and Never Enough lo retrata como alguien criado en un entorno donde la empatía se consideraba debilidad.

En conclusión, el narcisismo de Donald Trump no es solo un rasgo personal, sino una pieza central de su estilo político y comunicativo. Su necesidad constante de admiración, la incapacidad para aceptar críticas y la identificación de su figura con la nación reflejan un patrón narcisista que trasciende lo individual para convertirse en fenómeno y problema social.