Desde
hace unos cuantos días se ha abierto en el seno de la profesión
periodística un amplio debate sobre la equidistancia, adjetivo que
la RAE define como una actitud que es equilibrada y no se inclina
ante las partes de un conflicto.
Sala de prensa del Palacio de La Moncloa. |
Muchos
colegas no han tenido incoveniente en definirse como equidistantes
ante la larga serie de conflictos políticos que, desgraciadamente,
vive España en la actualidad, ignorando que equidistancia,
neutralidad e imparcialidad, no son palabras sinónimas.
Equidistancia
es estar a la misma distancia de dos puntos, lo que en
sentido ético, por ejemplo,
sería mantener la misma proximidad o lejanía respecto de los
asesinos y de sus
víctimas.
Neutralidad
significa no participar en un conflicto o no tomar partido a favor de
ninguno de los contendientes. La neutralidad a veces es sensata y a
veces indecente. En los conflictos sobre derechos fundamentales no se
puede ser neutral. En cuestiones de este tipo todos debemos
participar.
Citando
al filósofo, José Antonio Marina, nada sospechoso de ser un
pensador de la izquierda, imparcialidad es la virtud del juez justo,
y conviene advertir que todos los ciudadanos debemos intentar ser
jueces justos.
La
imparcialidad implica no dejarse llevar de prejuicios, de intereses
propios, de simpatías o antipatías, y evaluar las cosas con la
mayor objetividad posible. En ocasiones, como en las discusiones
abiertas en la actualidad sobre derechos y libertades, no se puede
ser ni equidistante ni neutral.
Marina
asegura que decir
“yo no juzgo a nadie” es la sensiblera expresión de una falsa
bondad. Estamos continuamente juzgando. Incluso una tolerancia mal
entendida que se inhibe de las cosas, está juzgando también.
Precisamente por ello, hay
que empeñarse
en juzgar imparcial, seria, honestamente, los comportamientos propios
y ajenos.
Después
de estas consideraciones, llego a la conclusión de que la
equidistancia de la que presumen algunos compañeros de profesión,
confundiendo esa posición con el necesario objetivo de actuar
guiados por la inalcanzable virtud de la objetividad, se debe, ni
más ni menos, a su origen de clase.
Son
colegas de derechas,
lo
que no supone ningún desdoro, que
tradicionalmente práctican
el deporte de nadar y guardar la ropa, nunca
se mojan por nada ni por nadie ajeno a sus intereses personales
y que además, quizá
por su crianza católica, se han aficionado a pontificar en lugar de
a
opinar.
No
hay que olvidar también que en estos tiempos de mudanza otros
se han vendido al mejor postor y dedican toda su energía a poner en
solfa cualquier acción del legítimo
Gobierno
de progreso del que disfrutamos.
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