Desde que la mayoría parlamentaria, que unió a la totalidad
de las fuerzas de la izquierda de la Cámara
Baja, desalojó mediante la moción de censura al Gobierno de Mariano Rajoy,
pringado por la corrupción hasta los tuétanos, la derechona de toda la vida ha tratado de convertir el noble oficio
de la política en un cenagal, en el que todo vale para tratar de revertir una
situación, para ellos completamente inesperada.
El triunfo de la moción de censura supuso para una gran
mayoría de los ciudadanos, no lo digo yo, lo reflejan claramente las encuestas de
opinión pública, la apertura de una puerta a la esperanza y a la posibilidad de
demostrar que otra forma de gobernar, distinta a la encarnada por el Partido Popular, era posible.
Albert Rivera y Pablo Casado. |
Nadie dijo que el camino hacia el futuro iba a ser fácil. Desde
el minuto uno los populares, en
alianza con sus primos hermanos de Ciudadanos,
y con el apoyo de los poderes reaccionarios, se pusieron a la tarea de impedir
que la ciudadanía visualizara las medidas de progreso que el Gobierno de Pedro Sánchez, con el apoyo de sus compañeros de viaje, empezó a
adoptar de inmediato, para tratar de revertir las políticas austericidas impuestas por el PP durante el tiempo de su mayoría
absoluta.
No hace falta recordar aquí, lo que hicieron con las
pensiones, los derechos laborales, la sanidad o la educación y como pisotearon
los más elementales derechos democráticos, como la libertad de expresión y manifestación,
atados y comprimidos con la llamada ley
mordaza. Al tiempo que trataban de imponer a la mayoría social principios
rancios y trasnochados con un claro tufo a naftalina.
Para llevar a cabo sus propósitos, las nuevas caras de la derechona, Pablo Casado y Albert Rivera,
están utilizando la vieja estrategia del ruido que trata de agitar hasta los
árboles para impedir que se vea el bosque. El lema de su inusitada campaña es
el ‘todo vale’, renunciando no solo a
la ideología, de la que carecen, sino también echando mano de patrañas,
palabras huecas y, como ha quedado demostrado, haciendo uso de las llamadas cloacas del Estado.
Un ejemplo muy claro, lo tenemos en la actitud frente a la
llamada cuestión catalana. Aquí los
gemelos Rivera y Casado, tienen claro que cuanto peor,
mejor. Ellos no quieren el diálogo que los demás propugnan. Ellos apuestan por
la confrontación sin límites para ensuciar e imposibilitar la difícil solución
que otros promueven y la mayoría anhela.
Lo hemos visto claro también con el proyectado traslado de
los restos del dictador del Valle de los
Caídos. Se retrataron haciendo ruido y alineándose con posiciones propias
de los fascistas europeos para enrarecer aún más el ambiente. Lo mismo que han
hecho para poner fin a la vergonzosa situación en la RTVE, denunciada desde el mismísimo Consejo de Europa.
Pero como ven que toda su batería de metralla contra otra
forma de hacer política, por supuesto que con aciertos y errores, no era
suficiente para tumbar todo lo que supone el nuevo tiempo emprendido hace
escasos seis meses, han recurrido al uso indecente de la información en poder
de las cloacas del Estado.
A Casado y Rivera no les duelen prendas. Hay que
terminar con el Gobierno socialista
y sus apoyos parlamentarios. Para ello bucean entre la porquería y buscan el desgaste
del presidente del Gobierno y de sus
ministros en todos los terrenos, incluido el personal.
A fecha de hoy todavía no he escuchado ninguna propuesta
clara y concisa en positivo de la derechona
de siempre. Solo críticas sin razones y consignas destinadas a tratar de
movilizar a su clientela. Estoy convencido de que no van a conseguir sus
objetivos. Hasta los ciudadanos partidarios de los muy respetables principios
de la derecha, no ven con buenos ojos las acciones de sus presuntos líderes.
Las encuestas también han hablado en este sentido y vaticinan un vuelco
electoral en las próximas citas con lar urnas.
Por lo que solicito a los ciudadanos de bien que hagan caso
omiso a los que quieren impedir el progreso de España y apuesten por un país mejor para todos en el que
desaparezcan, de una vez, los privilegios de unos pocos.